Contesto a la nominación de Ramírez Lara.
Para empezar debo confesar que soy un devorador de los géneros biográficos: diarios, memorias, biografías, autobiografías, cartas, etcétera.
Este año he leido Truman Capote, de Gerard Clarke (Ediciones B), Sartre y Beauvoir, de Hazel Rowley (Debolsillo), W.H. Auden. A biography, de Humprey Carpenter (Houghton Mifflin), Manuel Puig y la mujer araña, de Suzanne Jill Levine (Seix Barral), y hace unas semanas, luego de pedirla por meses, en Planeta me enviaron Borges. Una vida, de Edwin Williamson, y esta semana en Tusquets me dieron Fellini, de Tullio Kezich, originalmente publicada por Fertinelli. Sin duda, la mejor de todas ha sido la de Clarke sobre Capote, aunque la de Carpenter sobre Auden es muy minuciosa y aporta muchos datos valiosos (la peor es la de Levine sobre Puig: tan académica como aburrida).
Pues bien, creo que hay que abrir el libro al azar y copiar un párrafo. He aquí sobre la de Borges (siempre Borges):
Esos dos cuentos, que se publicaron el 21 de julio y el 8 de septiembre de 1934, respectivamente, sugieren que la crisis suicida de Borges tuvo lugar en algún momento entre la publicación del cuento de Norah Lange, el 7 de abril, y el 8 de septiembre. Sin embargo parecería haber dos etapas distintas en esa crisis, porque el final del primer cuento implica que la tentación del suicidio fue superada por el redescubrimiento del protagonista de una cierta medida de autoestima, que surgía de su interés por la música y de su orgullo por ser un buen periodista. Yo deduciría de esto que Borges de hecho resistió una tentación inicial de matarse en la creencia de que la escritura podía ofrecerle un camino para salir de su sufrimiento dándole algún propósito a su vida. (p.238.)
Y la que va sorbe Fellini:
Cincuenta mil liras por una entrada en la reventa, cola ante el Arena desde las tres de la tarde, una segunda proyección en el Palacio del Cine para los que no pudieron ver la primera: el jueves 4 de septiembre de 1969 es el día del gran retorno al Lido veneciano de Federico, que ha desembarcado con un ejército de colaboradores y adeptos para presentar su Satiricón en la velada de la clausura del XXX festival [de Venecia]. De diez de la mañana a bien entrada la noche está el director al pie del cañón, cumpliendo los engorrosos compromisos mundanos y publicitarios con la entereza y resignación de un profesional del éxito. En la conferencia de prensa, celebrada en la Sala Grande, que nunca estuvo tan llena, Federico se confirma como un as de las relaciones públicas: correcto, comedidamente, desenvuelto, ingenioso. A los pocos minutos el ambiente en la sala, que parecía adverso, se trueca en favor del gran maestro, igual que la plebe al escuchar a Mario Antonio en Julio César. Con una astucia no carente de sinceridad, repite Fellini que su película es un viaje a la "desconocidez" (sconosciutezza), insistiendo en el neologismo para recalcar lo anómalo de su película. (p. 281.)
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Téllez-Pon moriría por leer los tan anunciados diarios del maestrín Piglia.