A mi lado tengo el libro Terra cognita (FCE, 2007) de Mauricio Montiel Figueiras, del cual estoy escribiendo una reseña. Entre otras cosas, digo que cada autor ("Desde Homero hasta Joseph Conrad", llegando a Morand, Villaurrutia, Owen, Noteboom, Sebald, Pitol y Magris) ha desarrollado una idea, analogía, apología o creencia muy particular del viaje. La de Montiel Figueiras la expongo en esa reseña, la mía aquí:
Mi formación es totalmente villaurrutiana, así que creo en el viaje como creía Villaurrutia en él. Es decir, yo no me visualizo echando raíces en varios lados a lo largo de mi vida. Mi centro es y será mi lugar de origen, la majestuosa, espléndida y caótica y odiada Ciudad de México. Villaurrutia escribió una gran verdad: "Si fuera posible viajar sin llegar, yo sería el más decidido viajero". Yo diría, más villaurrutiano aún, que mejor que el deseo del viaje, es mantenerse en el deseo del viaje (y no me refiero, obvio, al viaje que producen ciertas drogas). "Villaurrutia ha sabido conservarse en el deseo del viaje, que es fecundo, y nosotros andamos ya en el viaje realizado, que es ceniza", sentencia el no menos grandioso Owen.
El gran Pessoa dice: "¡Viajar! ¡Perder países!" (lo cita también Montiel Figueiras). Me tienta esa idea, pero la verdad es que, para mí, eso sería más característico de un vil turista, y no es tan fácil como se piensa. No creo que se pueda viajar de esa manera, tan impune, porque por lo más turista que se sea uno se enfrenta con lo que Villaurrutia llama la peor de las enfermedades del viajero: la nostalgia. Una vez contraída esa enfermedad, y aquí cito de memoria, ya nada lo puede curar, sólo un nuevo viaje al lugar que se extraña... pero ese viaje sólo alimentará aún más esa nostalgia cuando uno parta. Porque sucede con frecuencia, y de forma por demás sigilosa, que ese lugar luego tiene cosas, lugares, personas que nos atan a su suelo, justo lo que Villaurrutia, y por tanto yo, quiere evitar a toda costa; los resultados muchas veces no son esos y la enfermedad nos consume. De ahí que yo no haga otra cosa que extrañar algunos lugares, unas cuantas calles, un par de museos, a mucha, mucha gente querida, y regresar siempre a las mismas ciudades : Oaxaca, La Habana, Tijuana, San Francisco...
"Ama los viajes absurdos que no tienen ruta fija ni punto cardinal", según Barba Jacob. Es decir, el viaje por el viaje mismo: véase, si no, El regreso del hijo pródigo, ese cuentito fabuloso de Gide basado en la famosísima fábula bíblica de San Marcos. No por otra razón Kavafis le deseaba al viajero por antonomasia, Ulises, una travesía llena de aventuras en su regreso a su añorada Ítaca. (Sobra decir que todos los viajes son de regreso, a donde sea que se vaya uno siempre estará regresando.)
Quizá otros tengan que salir de sus pueblos o ranchos a encontrar en otras ciudades lo que en su lugar de origen no hallaron. Otros no tenemos que vernos en tan penosa necesidad: Lezama Lima (quien compartía con Morand la idea del viaje alrededor de la alcoba), es el ejemplo más claro del viajero inmóvil. La idea más loca que he escuchado al respecto es que los viajes matan (Óscar David López dixit). Sigo sin encontrarle lógica o sentido. Trato de explicármelo y sencillamente no puedo. ¿Por que si todos sabemos que los viajes nutren y alimentan aquí se afirma que matan? Consumen, quizá, por la nostalgia del viaje, pero ¿matar?
En fin, yo, viajero, tengo mi centro aquí, desde aquí veo y, a veces, salgo a recorrer el mundo. Uno siempre debe tener un lugar al cual llegar a refugiarse, donde todo le sea reconocible a simple vista. Y, sin embargo, me consume el deseo de viajar. Y, sin embargo, sé que me deparan muchos viajes a lo largo de mi larga vida.
Mi formación es totalmente villaurrutiana, así que creo en el viaje como creía Villaurrutia en él. Es decir, yo no me visualizo echando raíces en varios lados a lo largo de mi vida. Mi centro es y será mi lugar de origen, la majestuosa, espléndida y caótica y odiada Ciudad de México. Villaurrutia escribió una gran verdad: "Si fuera posible viajar sin llegar, yo sería el más decidido viajero". Yo diría, más villaurrutiano aún, que mejor que el deseo del viaje, es mantenerse en el deseo del viaje (y no me refiero, obvio, al viaje que producen ciertas drogas). "Villaurrutia ha sabido conservarse en el deseo del viaje, que es fecundo, y nosotros andamos ya en el viaje realizado, que es ceniza", sentencia el no menos grandioso Owen.
El gran Pessoa dice: "¡Viajar! ¡Perder países!" (lo cita también Montiel Figueiras). Me tienta esa idea, pero la verdad es que, para mí, eso sería más característico de un vil turista, y no es tan fácil como se piensa. No creo que se pueda viajar de esa manera, tan impune, porque por lo más turista que se sea uno se enfrenta con lo que Villaurrutia llama la peor de las enfermedades del viajero: la nostalgia. Una vez contraída esa enfermedad, y aquí cito de memoria, ya nada lo puede curar, sólo un nuevo viaje al lugar que se extraña... pero ese viaje sólo alimentará aún más esa nostalgia cuando uno parta. Porque sucede con frecuencia, y de forma por demás sigilosa, que ese lugar luego tiene cosas, lugares, personas que nos atan a su suelo, justo lo que Villaurrutia, y por tanto yo, quiere evitar a toda costa; los resultados muchas veces no son esos y la enfermedad nos consume. De ahí que yo no haga otra cosa que extrañar algunos lugares, unas cuantas calles, un par de museos, a mucha, mucha gente querida, y regresar siempre a las mismas ciudades : Oaxaca, La Habana, Tijuana, San Francisco...
"Ama los viajes absurdos que no tienen ruta fija ni punto cardinal", según Barba Jacob. Es decir, el viaje por el viaje mismo: véase, si no, El regreso del hijo pródigo, ese cuentito fabuloso de Gide basado en la famosísima fábula bíblica de San Marcos. No por otra razón Kavafis le deseaba al viajero por antonomasia, Ulises, una travesía llena de aventuras en su regreso a su añorada Ítaca. (Sobra decir que todos los viajes son de regreso, a donde sea que se vaya uno siempre estará regresando.)
Quizá otros tengan que salir de sus pueblos o ranchos a encontrar en otras ciudades lo que en su lugar de origen no hallaron. Otros no tenemos que vernos en tan penosa necesidad: Lezama Lima (quien compartía con Morand la idea del viaje alrededor de la alcoba), es el ejemplo más claro del viajero inmóvil. La idea más loca que he escuchado al respecto es que los viajes matan (Óscar David López dixit). Sigo sin encontrarle lógica o sentido. Trato de explicármelo y sencillamente no puedo. ¿Por que si todos sabemos que los viajes nutren y alimentan aquí se afirma que matan? Consumen, quizá, por la nostalgia del viaje, pero ¿matar?
En fin, yo, viajero, tengo mi centro aquí, desde aquí veo y, a veces, salgo a recorrer el mundo. Uno siempre debe tener un lugar al cual llegar a refugiarse, donde todo le sea reconocible a simple vista. Y, sin embargo, me consume el deseo de viajar. Y, sin embargo, sé que me deparan muchos viajes a lo largo de mi larga vida.
1 comentario:
"...debes rogar que el viaje sea largo/lleno de peripecias, lleno de experiencias"... Sí hay una constante en el asunto de los viajes: si se cuentan, si alguien los ha escrito, es porque resultaron torales, es porque se acudió a muchas (o pocas, qué más da) ciudades "para aprender, y aprender de quienes saben"... hasta la creencia "más particular" considera que el viaje se vuelve un fin per sé... Me quedo con el viaje beatnik de "En el camino"... a Kerouac le bastaba con una botella de licor para aguantar llegar a quién sabe dónde.
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