13.6.08

[Jueves en el Covadonga]

Hacía mucho, muchísimo tiempo que no ponía un pie en el Covadonga. Anoche fui porque allí me quedé de ver con Paola Tinoco y Alberto Aranda, quien finalmente no llegó porque lo mandaron del canal 22 a Tampico. Cuando llegué, el lugar estaba a reventar. No recuerdo que ningún otro jueves haya estado así de repleto; supongo que es el lugar de moda entre los niños bien, como cuando me dijeron que al Dandy del sur ya no se podía ni entrar porque es el lugar in en Tijuana.

No vi a Paola entre tanta gente, así que deambulé un poco por entre las mesas y me encontré, en una de ellas, a Ernesto Lumbreras. Me dio gusto verle; lo vi, incluso, un poco bronceado. Lo saludé y me dijo que estaban allí porque festejaba su cumple. En la mesa de Ernesto estaban, además, Enzia Verduchi, a quien también hacía rato que no veía, a Rocío González (¡años sin verla!), entre otras personas que no conocía; y, en otra mesa, a Armando González Torres, quien siempre me inspira una tranquilidad y serenidad extremas. Más allá, Cuauhtémoc Medina y, supongo, otros artístas plásticos.

En el ruidero que tanta gente hacía en el Covadonga, nuestra charla obsena se perdía, por fortuna. Paola iba con su amiga Lucyfer, quien me cayó poca madre. Y, bueno, obvio que no diré de lo que hablábamos, sólo que la pasamos muy bien y que nos reíamos harto de nuestras obsenidades. La mesa de Ernesto estaba cada vez más llena: llegó Gerardo, de Aldus, Luis Felipe Fabre, y Cristina Rivera Garza acompañada de su editora; al verme, la crg me echó una mirada más de disgusto que de sorpresa (no quiero --y ya no puedo, según mi terapeuta-- pensar en lo que pensará cuando lea la reseña que hice de su última novela). Un par de chelas y estábamos a punto de irnos cuando llegó Guillermo Fadanelli con un grupo de personas entre las cuales sólo recuerdo a Alejandro Páez, de Día siete, y a Carlos Martínez Rentería, de Generación.

Fadanelli no me recordaba, hube de decirle que estuvimos en el encuentro de escritores jóvenes de Monterrey, con nuestra amadísima Gaby Torres. A partir de allí, ya más en confianza, empezó a cargarme carrila en buena lid. Qué los gays no sé qué, que los gays no sé cuánto... Yo sólo me reía. Dijo que dos mujeres se habían quedado en su casa a dormir juntas. Yo dije que tenían nombre de teiboleras y que seguramente en mitad de la noche se habían echado su tijeretazo (o tortillazo o tlayudazo, as u like it --as u suck it). "Este dice cosas peores que yo", dijo Fadanelli. Y brindamos, again.

Lucyfer, con los pantalones bien puestos, prendía cigarros y los fumábamos debajo de la mesa. Nos reíamos mucho de nuestro atrevimiento. Sólo un par de veces un mesero logró apagar unos cigarros. Lo lamentaba por el pobre de Fabre que a cada rato tenía que salir a la puerta a fumar. Me parecía una pendejada, y así lo dije, que podríamos con toda seguridad estarnos metiendo unas rayas sobre la mesa, pero tener que fumar debajo de ella. "Para que confirmes que la ley es siempre estúpida", dijo Fadanelli. Le celebré su comentario tan atinado y brindamos con las chelas en mano.

Después, no sé por qué, o no creo recordar a ciencia cierta, Fadanelli habló de un cuento de Roth (el austriaco, no el gringo), sobre un anarquista que quiere matar a un poderoso. Así, el anarquista se propone matar por cualquier medio al poderoso y pone fecha: Mañana al medio día lo mataré, dice. Y lo cumple, pero con su propio suicidio. La reflexión fue interesante. Todo esto, con chelas, cigarros bajo la mesa y alguna charla entrecortada alrededor.

Después, llegado un amigo de Willy, empezó a hablar de José Revueltas, y su escritura. El tema giró a Martín Luis Guzmán. Sin duda, los dos grandes prosistas de la literatura mexicana del siglo XX. Sobre Guzmán, Fadanelli dijo que tenía una prosa casi perfecta. Coincido totalmente con él.

En fin, tampoco quiero decir que aquello fue un simposio o una cátedra. Detesto, y quizá lo sepan quienes me conocen, a esas personas que durante una conversación tienen que estar demostrando lo inteligentes, cultos y leidos que son. "Hey, ve qué inteligente soy cuando te expongo en tu jeta ignorante la fórmula de la bomba atómica", me parece que siempre dicen. Sencillamente no lo soporto. Me parece una pose y una pretención extrema. O eso de tener que hablar, siempre y solamente, de cosas muy elevadas. Argh! eso me repatea. Quiero decir que con Fadanelli no fue así, uno agradece esos comentarios lúcidos, sin duda, pero colados en la conversación banal sobre las cosas de todos los días de la vida. No cuando se ponen a pontificar de forma deliberada.

Anoche la pasé súper y lo mejor de todo fue que llegué temprano a casa.


*

Me contaron, hace poco, que fue en el Covadonga donde algún valiente le dijo a De Mauleón algo así como "Ah, hasta que vuelves a dirigirnos la palabra ya que no tienes donde publicar a tus puros amigos". Esto, claro, habiendo desaparecido el Confabulario.

1 comentario:

Alfredo S. dijo...

hola!
No tengo el gusto de conocerte pero soy seguidor de tu trabajo, me da mucho gusto haber encontrado tu blog.

te estaré leyendo ;).
Un saludo desde Chihuahua