Aunque hace un tiempo me ilusionaba mucho tener un librito mío, escrito y editado por mí, esa idea, creo, se fue extinguiendo con los múltiples compromisos, y aunque no he descartado que ese día llegará, lo cierto es que no es apremiante y puede ser cualquier día del tiempo, incluso si yo ya no vivo para verlo.
Es así como hace un tiempo me pidieron un libro para una editorial española, dije que sí pero que primero tenía que terminarlo. Luego, el editor se fue de esa editorial y fundó su sello y volvió a invitarme, y volví a decirle que sí pero que el libro no estaba terminado, de hecho, sigue sin ser finalizado. De eso hace ya dos años.
Recién volvieron a pedirme otro libro para una editorial del estado y volví de denegar la invitación por la simple y sencilla razón de que ¡no tengo nada terminado! Todo por estar escribiendo reseñas, columnas y por leer mucho --lo que más me gusta del caso-- no he podido darme tiempo de terminar al menos una cosa de las tantas que tengo allí guardadas en el disco duro de mi compu. Y esos dos episodios me han hecho sentir bien porque, a diferencia de otros (¡de muchos!, debería decir), esos otros que seguramente hubieran sacado el manuscrito del brazo y en ese instante, yo pude y debí decir no. No. (Algo de lo que me acusaba un Anónimo en el blog de las afinidades electivas es que tenía una gran currículum pero no un solo libro, a lo cual no le encuentro lógica alguna, ¿debería publicar cualquier porquería con tal de tener un libro? ¡Jamás!)
Pero ahora no pude decir que no, porque prácticamente me sentí amenazado (sí, tía, aunque lo leas): amenazado, intimidado, cuasi obligado. Y la verdad es que está bien, porque también otras personas tienen que ejercer presión para que uno concluya con esos trabajos. Y además porque la propuesta es muy generosa, muy tentadora y porque prácticamente tallerearé el libraco que vaya a publicar.
Ahora el problemas es ese, porque no me decido: mi novela histórica, obvio, requiere de mucha investigación y de mucho trabajo, cosa que es casi un lujo y que no me puedo dar. La nueva noveleta empezó como un divertimento, pero me va gustando, además porque, como me dijo mi madre literaria caminando por la Zona Rosa, uno debe concluir las cosas aunque no le gusten, sólo por el simple hecho de terminarlas y cerrar eso. Así que bueno, sigo escribiendo, dos cuartilas diarias, de lunes a viernes, y revisar lo escrito el fin de semana. A ese paso llegaré pronto a las 90 páginas previstas. Esta idea me gusta más, pero... ¡preferiría el libro de ensayos! El ensayo es mi género favorito (¿o la poesía? ¡ay qué dilema!) o al menos donde me siento más cómodo, más libre, más yo (sí, peleonero, visceral, donde puedo decir lo que se me antoje la gana aunque a muchos les molesten mis opiniones--tanto les molesta que siguen viniendo a mi blog a leer mis cosas: no es necesario, neta, váyanse a vivir su vida hipocritona y déjenme en paz--, y eso que nunca he dicho cosas en su contra, así que no sé de qué se quejan. Alguno que otro sabrá a qué me refiero, o no Juan?). ¿Y entonces por qué no el de poesía? No, el de poesía no puede ser, ese lo tengo que trabajar lento, a mi ritmo, en mi intimidad. Creo que ese sí no.
En fin, ahora el dilema está en qué género publicar. Debo pensar más. Seguiré consultando con la almohada. Al menos me entusiasma la idea, y más, que lo trabajaré con mi tía literaria, ¡qué honor y que orgullo!
1 comentario:
¡Se acerca Barthelme!
Ya estoy de vuelta: www.probableslluvias.blogspot.com
Va un saludo.
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