6.10.06

[Tribulaciones de una familia cubana]

Gonzalo Celorio, Tres lindas cubanas, Tusquets, Col. Andanzas, México, 2006.

Esta es la historia de las hermanas, Ana María, Virginia y Rosa Blasco Milián; de sus encuentros y desencuentros, de sus pasiones y frustraciones, de sus avatares, en suma, a lo largo del siglo en que les tocó vivir en una geografía propensa a las convulsiones: la isla de Cuba. O al menos eso es lo que se dice porque realmente esta es la historia que menos se pondera dentro de las páginas de la más reciente novela de Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948). El protagonismo de su narrador, que a momentos también es el personaje, hace que la historia de las hermanas (sus tías y su madre) se vaya desdibujando hasta quedar casi en el olvido y casi perder el hilo de la narración.

En cuanto a recursos narrativos, en esta obra Celorio no propone ni arriesga nada como sí lo han hecho algunos de los escritores cubanos a quienes admira y hasta cierto punto se inspira. Su lenguaje además de estar manchado de abundantes lugares comunes—salvo cuando utiliza algunos cubanismos o, incluso, cuando llega a narrar en cubano—, es tan uniforme que no pareciera una novela escrita por un miembro de la Academia de la lengua (tanto de la mexicana como de la cubana, en la que recién fue admitido) y su fluidez narrativa está dentro de los límites permitidos pues ya sería demasiado que después de varios libros su autor no pudiera contar una historia.

Tres lindas cubanas es una novela propia de un “gusañero”, esto es, ni tan gusano (como les dicen en Cuba a los que abandonan la isla) ni tan compañero (según el lenguaje revolucionario que desde el lenguaje mismo quiere abolir las clases sociales). Es decir, de alguien que vive debatiéndose en sus adentros con las posiciones encontradas a las que el espinoso tema de Cuba casi siempre orilla. Y es que sus mejores resultados están justamente en mostrar —más que demostrar— los distintos panoramas a los que uno se enfrenta cuando se abordan los tantos temas de la realidad cubana.

Por medio de la vida de estas mujeres (nacidas en los primeros años de la década de 1900), se puede seguir la historia de Cuba en un siglo particularmente convulso para la isla. Más tarde se suceden el distanciamiento geográfico y sentimental, las posiciones encontradas de las propias hermanas Blasco Milián, principalmente entre las dos que viven en La Habana: una apoyando las acciones del gobierno revolucionario por medio de una zalamera convicción y la otra padeciéndolas aún más ante su ferviente aversión al sistema, todo esto que proviene, en suma, de la Revolución misma al no admitir ningún titubeo (“Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”) y que, a su vez, ha creado desconfianza y las consecuentes traiciones hasta en el círculo más íntimo: la familia.

Todo lo anterior orilla al más doloroso exilio: lejos del clima, de la lengua, de los atavismos, de la esencia que las hace sentirse cubanas y del deseo inquebrantable por regresar a la tierra amada a bien morir. Esto último sobresale en el testimonio estremecedor —que Celorio transcribe literalmente— de una de las hermanas Blasco Milián quien al final de sus días, recluida en un asilo de ancianos en Miami, se dispone a escribir minuciosamente sus memorias. Este lento pero fatal proceso de las respectivas familias de las hermanas, se percibe a lo largo de las páginas de la novela y, quizá, sea de los pocos rasgos que la hacen efectiva. Es, pues, la historia de un desencanto. Al igual que Celorio, recientemente otras dos escritoras han querido dejar constancia de ese desengaño en sus respectivos libros: Alma Guillermoprieto en La Habana en un espejo (Mondadori, 2005) y Belén Gopegui en El lado frío de la almohada (Anagrama, 2004).

Tampoco esta es una novela donde se encuentren las soluciones o las respuestas a los terribles problemas que aquejan a la isla (el culto a la personalidad única de Fidel, la libertad de tránsito, de prensa, de reunión, es decir, la democracia, así como el embargo o bloqueo económico). A través del testimonio personal, Celorio va dibujando el mismo proceso sufrido por su familia pero ahora en su propia persona y desde su experiencia vital. Quien en su juventud comulgara con los ideales de la Revolución cubana, acabó por desencantarse de ella cuando se percató que caía en las mismas prácticas por las que supuestamente se había levantado para combatirlas y erradicarlas. Celorio no ataca ferozmente pero tampoco defiende a ultranza, sino por el contrario, intenta equilibrar esos puntos de choque y exponerlos para acaso comprender mejor las dos partes. Como quien se disputa el amor y el odio, al mismo tiempo, de la isla amada.

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Pronto saldré unas semanas de la ciudad, así que les dejo reseñas de libros que por una u otra razón o circunstancia deben leer. Espero que los disfruten.

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