Carlos Marzal, Los reinos de la casualidad, Tusquets, Col. Andanzas, Núm. 583, Barcelona, 2005, 784 págs.
Como en toda gran novela, los temas que emanan de sus páginas pueden ser muchos aunque el autor se haya planteado uno solo. Sin embargo, son dos los temas que sobresalen en la primera novela del poeta español Carlos Marzal (Valencia, 1961): el amor, especialmente, pero también el viaje; hay muchos más, claro, que se derivan de los ya mencionados. Hasta hace poco, Marzal había sido primordialmente poeta, cinco libros de poesía así lo confirman: La vida de frontera, Los países nocturnos, Metales pesados, Fuera de mí y la reunión de su poesía completa en El corazón perplejo, apenas publicado en 2004 por Tusquets. De tal manera que con su incursión en la narrativa con la novela Los reinos de la casualidad era motivo de sobra para acercarse a la obra y así confirmar—o, en su caso, rechazar—la desconfianza que causó y que, habrá que decir desde ahora, ha superado con éxito.
Lo primero que hay que decir es que al abrir las páginas de Los reinos de la casualidad, el lector no se encontrará con la prosa de un poeta sino, por el contrario, la potente prosa de un narrador ya experimentado. La novela de un poeta ha resultado ser la obra de un escritor en toda su plenitud, ahora que poco importan los géneros y las etiquetas que uno se cuelga cuando se hace llamar “poeta” o “cronista” o “novelista”, etcétera. Los reinos de la casualidad, por otra parte, no sólo es una novela monumental por sus más de setecientas páginas, lo es porque los propósitos narrativos que Marzal se impuso se lograron puntualmente.
Tomando como punto de partida unos versos de la Antígona de Sófocles (“Amor, invencible en el combate”), Marzal cuenta varias historias de amor y también las distintas maneras de enamorarse. El amor vive en los reinos de la casualidad: en esa otra realidad donde nada está en su sitio, donde una vida es una minuciosa acumulación de datos desordenados. Incluso dice más: si el amor viene a nuestra realidad, la que vivimos día a día, la trastoca toda y se convierte así, de facto, en uno más de esos reinos donde la casualidad gobierna. Los reencuentros de los amores de juventud, el encuentro fortuito de dos extranjeros en una ciudad desconocida para ambos (mucho mejor lograda que la historia contada por Sofia Copola en su película Lost in traslation), la reclusión de un profesor de literatura para encontrar el sentido del amor en las relaciones que ha tenido con algunas de sus alumnas son las historias que sirven de pretexto para demostrar que, dice Marzal a lo largo de las páginas de su novela, el amor es una sucesión de pequeños pero significativos combates.
Los reinos de la casualidad está estructurada de manera tal que, primero, el lector se adentra en las historias íntimas de los cinco personajes; incluso podría llegar a no saber a ciencia cierta a dónde se dirige la prosa cadente de Marzal. Más tarde o, por mejor decir, hasta el final se sabrá realmente lo que sucede para el total estupor del hipócrita lector. Esas historias recurren, frecuentemente, a metáforas o analogías de otras pequeñas historias que utilizarán para redondear o potenciar aún más la historia principal; escribe uno de los reflexivos personajes de Marzal: “Hay quien considera que los detalles mínimos representan la única parte de una historia sobre la que no resulta necesario demorarse. Sin embargo, el hincapié en los mínimos detalles supone la única manera de que las historias cobren realidad y no sean una burbuja más en el grumo indistinguible de los años.”
Marzal es, sin duda un narrador misántropo que lleva hasta ese extremo a sus personajes: todos dicen pestes de la humanidad y critican los sistemas de vida que la humanidad ha creado y consolidado a lo largo del tiempo e, incluso, el ruso Tokmákov (un personaje secundario) prefiere morir a manos de los animales que de los humanos: morir entre las garras de un oso no es menos sangriento que hacerlo día a día, lentamente, mientras, según dicen, se vive. Este será otro de los tantos temas surgidos de la novela.
A punto de finalizar el 2005, el suplemento literario del diario español El mundo, "El Cultural", dio a conocer las mejores novelas de ese año publicadas en España y elegidas por los críticos literarios que colaboran regularmente en sus páginas. Los diez elegidos, en orden de importancia, fueron: Carlos Marzal por Los reinos de la casualidad, Luis Mateo Diez, JM Caballero Bonald, José M. Guelbenzu, Javier Cercas, Enrique Vila Matas, Ramiro Pinillas, José Ovejero, Fernando Aramburú y Pedro Zalarruki. Como suele suceder en este tipo de casos, hubo otros que se hicieron notar varias ausencias, entre las que sobresalió la de Javier Calvo (el traductor de Coetzee, Foster Wallace, Edward Said, entre otros) quien publicó su novela Los ríos perdidos de Londres bajo el sello de Mondadori (donde ese mismo año aparecieron las recientes novelas de Philip Roth, Salman Rushdie y del argentino afincado en Barcelona, Rodrigo Fresán). Sin embargo, por muchos nombres que puedan surgir para ocupar un sitio en esa lista, el lugar de Marzal allí es indiscutible.
13.10.06
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1 comentario:
lindo, vienes el miércoles? viste mi mail? traes tu ponencia? besos besos besos
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