Estos días, que he tratado de retomar el rumbo monotono de mi vida, es decir, esa vida que me sustrae de mi depresión pero que encuentro igualmente vacía, no han sido nada satisfactorios. Ayer, por ejemplo, me puse una empapada como nunca antes en los días de mi mísera vida; es por eso que odio como nada que llueva. Hoy, un calor infame y yo con sueter negro y andando de norte a poniente y luego al oriente de la ciudad. Todo eso lo hago por hacer, porque lo tengo que hacer, sin motivación alguna: la vacuidad sigue presente. "La presencia de una ausencia", diría Villaurrutia. Reflejo de todo ello es que la ciudad me agobia: el otro día me pasé un par de estaciones del Metro y llegué tarde al lugar al que iba; en otro, estaba buscando el boleto que, por despistado, no me había percatado que ya había cruzado los torniquetes; hoy me perdí buscando una estación y luego, ya en ella, al cruzar el anden para cambiar de dirección, como si nada, me salí de ella: tuve que volver a comprar otro boleto para ir a donde debía y, ¡oh grata sorpresa!, cuando me subo al tren me encuentro a mi querida Anita Clavel con quien apenas pude intercambiar saludos (por mis prisas, por mi despiste y porque sólo iba a la estación siguiente, y retardado).
Quiero creer que todo eso me pasa por mi resistencia a salir a las calles de esta pantagruélica ciudad, y por traicionar esa resistencia.
18.7.06
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2 comentarios:
Ponki, ¿por qué no me haces caso? Ya no te agüites, amigui. ¿Tas enojaio? Yo también ando trishte. Un abrazo grande grande, que te quiero musho musho.
Pues ya toma ginkgo biloba...
la edad llega ;)
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