21.4.06
[Pitol, el raro contemporáneo recibe el Cervantes]
Con la entrega, hoy, del premio Cervantes de Literatura de manos de los Reyes de España a Pitol, posteo aquí mi reseña que aparecerá en el Milenio de mañana por tal motivo:
De pronto, a no pocos escritores les entra la preocupación sobre qué hacer con los textos diversos (prólogos, artículos circunstanciales, discursos o conferencias, etcétera) que han escrito a lo largo de cierto tiempo (José Emilio Pacheco, por ejemplo, se ha rehusado siempre a compilar las ya numerosas entregas de su “Inventario”, por considerarlas volátiles dado el carácter periodístico con que fueron redactadas). El problema es que, quizá, todos esos textos dispersos no tengan unidad alguna entre sí. El escritor veracruzano Sergio Pitol (Puebla, 1933), quien en pocos días será el tercer mexicano en recibir el premio Cervantes de Literatura de manos de los Reyes de España, se ha visto en esa encrucijada y ha salido victorioso de ella al saber hilvanar con extremo cuidado esos textos supuestamente incongruentes y sólo así reunirlos en uno o varios libros.
A diferencia de su prosa narrativa donde se perciben los andamios (más allá de que el mismo autor nombre sus influencias: Gogol, Bajtin, Chéjov, et. al.), su prosa ensayística —que cuenta con muchos elementos narrativos— es más interesante pues es, también, donde Pitol es más novedoso. Esto último lo ubica con sus pares, por ejemplo, el cubano Antón Arrufat o el argentino Ricardo Piglia cuyo más reciente libro, El último lector, está más cercano al ensayo literario que a la novela dado el tema de que se ocupa—los distintos tipos de lector—, pero que, aún así, su editor muy afortunadamente lo editó en la colección “Narrativas hispánicas” y no en “Argumentos” donde la editorial Anagrama originalmente publica este tipo de trabajos.
Escribe Pitol en una página de El mago de Viena: “Escribir un diario es establecer un diálogo con uno mismo y un conducto adecuado para eliminar toxinas venenosas. Quizás el abandono al que aludo se debe a que ese diálogo indispensable se ha trasladado a mis últimos libros, todos con un fuerte sedimento autobiográfico; siempre ha estado presente en mis novelas, primero furtiva, luego descaradamente ha llegado a perder hasta mis ensayos literarios”. Esos últimos libros de que habla son: El arte de la fuga, El viaje (ambos recogidos en el cuarto tomo de sus Obras reunidas además de su Autobiografía precoz publicada por primera y única vez en 1966 y de la cual Laberinto ya ofreció con oportunidad un fragmento) y más recientemente El mago de Viena. En estos tres títulos, las confesiones están más cercanas al ensayo o, por mejor decir, el ensayo se narra dándole así un lenguaje y una estructura más fluidos o, en todo caso, menos rigor formal para que el lector común se sienta más cercano al género de las ideas.
Esto quizá sea nuevo en la lengua española (de allí que algunos se jacten en exceso de los logros de Pitol), pero en especial en la lengua inglesa desde hace algunas décadas esta técnica se viene haciendo regularmente: el caso más reciente y más logrado quizá sea el del Nobel sudafricano J.M.Coetzee. En su libro Las vidas de los animales (Mondadori, 2001), Coetzee reúne un par de conferencias que leyó durante una cátedra que imparten académicos invitados en la Universidad de Princeton (New Jersey). Las conferencias están escritas de tal manera que por primera vez aparece su alter ego, Elizabeth Costello, protagonista de los relatos y quien, a su vez, es invitada a impartir unas conferencias en una universidad privada. Desde luego, el tema es totalmente de Coetzee pues no están nada alejadas de la visión que persiste a lo largo de casi toda su obra: la miseria humana no sólo ante la propia humanidad sino ante los más indefensos de los seres vivos: los animales.
Pitol, por su parte, ya desde El arte de la fuga (1996) había dado a conocer sus temas predilectos, ya perceptibles en sus novelas y relatos, con ensayos ilustradores que tenían un fuerte sedimento autobiográfico. De tal manera que Coetzee, el alemán W.G. Sebald, así como Pitol, Arrufat y Piglia saben que vienen directamente de Cyril Connolly, es decir, viven en un momento preciso de rara comunión entre creadores de todo el mundo. Pacheco bien podría unirse a esta otra estirpe si quisiera.
En algunos de sus textos sobre los distintos narradores que admira (Chéjov, Joyce, Huxley), Pitol devela sus intereses narrativos—la parodia, el excentricismo, la locuacidad, los viajes—pero en particular en El viaje cuenta el descubrimiento de uno de los personajes principales de su novela Domar a la divina garza. Así que esto vuelve a El viaje un material más confiable, al ser de primera mano, que aquellos en los que estudia las obras de otros e indirectamente habla de la suya. Y, sin embargo, Pitol ha anunciado que ya ha explotado lo suficiente este método de trabajo así que se prepara a emplear otro; sin duda, habrá que estar pendiente de lo que hace actualmente y, principalmente, de cómo lo hace.
Sergio Pitol pertenece a esa estirpe de escritores raros (como los llamó Darío) o excéntricos, como los llama el propio Pitol, a la que pertenecen, entre otros: Gogol, Landolfi, Gombrowicz, Kafka, Beckett, Bernhard, el cubano Piñera, Monterroso, Vila-Matas, Aira y Bellatin. De tal manera que inscribir en esta selecta nómina el nombre de Pitol sería calificarlo de raro, algo que, por lo demás, a él no le incomodaría en lo absoluto.
Sergio Pitol, Obras reunidas IV. Textos autobiográficos,
Fondo de Cultura Económica, Col. Obras Reunidas,
México, 2006, 415 pp.
Sergio Pitol, El mago de Viena,
Fondo de Cultura Económica/Pretextos, Col. Letras Mexicanas,
Bogotá, 2006, 271 pp.
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