Llegó un mediodía,
no la esperaba.
Parecía bien dispuesta. Bastante fea.
Recordé haberla visto cuando hice poesía, como ahora quiero de nuevo.
Por el momento sólo se me ocurrió darle un trapo
y señalarle aquellos libros.
Obediente, se puso a limpiarles el polvo.
Luego le sonreí lateralmente--hizo la cama.
Volví a ensayarlo--lavó los vasos. (Yo, encantado.)
Para que barriera y trapeara con soltura, y en muestra de confianza,
me fui y la dejé sola.
Al volver,
el departamento olía gratamente a humedad y antiséptico.
Por múltiples detalles advertí
que había puesto discos,
había leido mis papiros más inconfesables,
había descansado encima (cuando menos) de la cama
--y me encongí de hombros, cual todo calatravo debe.
(También me había robado un par de libros, noté luego.)
Le pagué con esplendidez y partió, modosa.
Entonces me instalé ante mi mesa limpísima,
abrí el álbum, agucé la péñola
--y nada.
Puse los ojos en blanco,
abrí la boca, sin respirar, evocando.
Y nada.
En fin, no quiero disimularlo. El hecho es que de repente
cai en la cuenta: era la Inspiración
y yo la había tratado de aquel modo. (Nada mal, ya se ha visto,
pero tampoco--
Así se explica esto y más.
Gerardo Deniz, "Grosso modo" en Erdera (Fondo de Cultura Económica, 2005).
28.2.06
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