I
Vaya manera de terminar el año 2004: con dos muy malas noticias. Un devastador Tsunami en el sur de Asia y la muerte de la intelectual estadounidense Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004). Estos dos hechos, según creo, se relacionan más estrechamente de lo que se puede imaginar.
II
Tres horas y media es el tiempo de vuelo de la ciudad de México a Tijuana; a estas, súmesele el mismo tiempo del regreso. Siete horas me vastaron, pues, para leer Ante el dolor de los demás (Alfaguara, 2004) de Susan Sontag, traducido muy castizamente por Aurelio Major, en junio pasado, recién aparecido el libro. Ahora, con la muerte de su autora, es necesario volver a él y leerlo como si fuera la primera vez.
Aunque el libro fue escrito mientras se realizaban las acciones de la “guerra preventiva” que Estados Unidos y sus aliados libraron entre 2001 y 2003 en Afganistan e Irak, y podría verse como un libro militante dado la siempre controvertida opinión de Sontag, sus tesis son más que válidas y perdurables sobre cualquier circunstancia. Por eso el libro es un documento invaluable, como pocos.
III
En Ante el dolor de los demás, Sontag vuelve sobre un tema recurrente en ella: la fotografía. Así tituló uno de sus libros más notables: Sobre la fotografía (1977). Sin embargo, Sontag ya no teoriza sobre la técnica en sí de esa vertiente de las artes plásticas, o, mejor dicho, sigue teorizando pero a partir de fotografías con un tema muy específico: las que muestran el abatimiento, la crueldad, el dolor que unos seres humanos realizan a otros.
Sontag hace un somero, pero ilustrador, recuento de las guerras que se han librado, pero que, a diferencia de otras, han quedado en la memoria colectiva gracias a que hubo alguién ahí, donde acontecía, que las captó. Las protestas, dice Sontag, en Estados Unidos por la absurda guerra de Vietnam, a finales de la década de 1960, iniciaron gracias a que ciertos diarios y revistas empezaron a mostrar imágenes atroces de lo que allí sucedía.
A partir de ahí Sontag puede abundar sobre muchas cosas; sólo de unas cuantas me ocuparé. La primera, que considero fundamental, es, hablando de estos tiempos, la ultrasaturación de imágenes, tanto fotográficas como provenientes de la televisión (por ejemplo, las decapitaciones de rehenes grabadas en Irak o las secuencias presentadas, una y otra vez, de las olas del Tsunami embistiendo las playas asiáticas; y, hasta hace muy poco, han salido a la luz pública las fotografías de las barbaries cometidas por las dicturas sudamericanas).
Eso le da la pauta a Sontag para hablar de cómo la fotografía se ha impuesto ante la televisión. El fotógrafo de guerra o fotoperiodista compitió a partir de lo que la televisión mostraba y ya no podía tomar fotos posadas o de belleza artística (algunos ejemplos: las de Josef Koudelka sobre la invasión Rusa a su país o las que casi treinta años después tomó en los Balcanes. Las que se presentan en la World Press Photo, una exposición anual que va por todos los museos del mundo presentando en fotografías lo más relevante del año. Y finalmente, las homoeróticas fotografías de Adi Nes en el ejército israelí). Para esto, Sontag ha hablado ya de la subjetiva visión del fotógrafo, de la parte que sólo el fotógrafo quiso tomar y de lo que presindió; o en otros casos, de la simple vida militar que se le permitía tomar. “El buen gusto”, según lo llama Sontag, por no mostrar lo que por convención social no se ha permitido.
Pero si la fotografía ha superado a la televisón, ahora tiene que hacerle frente al cine, porque las películas bélicas, según el juicio de Sontag, han perjudicado la visión de la fotografía de guerra. Pero, una vez más, la fotografía ha salido victoriosa pues varias de esas cintas se han basado en los hechos tal y como los cuentan esas fotos y, por otra parte, el público bien sabe hasta donde una película es ficción y que en el caso de la fotografía el hecho obligatoriamente sucedió.
Al leer Ante el dolor de los demas surge una pregunta, y otras más entorno de esta. La primera de ellas: ¿Las fotografías de atrocidades nos han vuelto más estoicos? Y entonces podemos plantearnos: ¿Siempre fuimos lo suficientemente inmutables? ¿Al ver el sufrimiento de otros, somos mejores seres humanos? ¿O somos tan estoicos al grado de ser indiferentes? Desde la Ilíada, en la gran mayoría de las religiones (que es acaso donde se encuentren más imágenes bélicas) y hasta hoy en día, todo está impregnado de guerras y atrocidades. Eso, entonces, debió ya de hacernos más ecuánimes, de acostumbrarnos y saber de lo que los hombres son capaces de hacer a otros. Para Sontag, el cometido de las fotografías sólo es evocar, ofrecer el primer estímulo, lo cual ya es demasiado.
¿Cómo reaccionar ante el dolor que se está observando? Sontag es categórica: con indiferencia, con la indiferencia necesaria que nos permita reflexionar al respecto. Conmocionarse no lleva a ningúna parte, no se puede ayudar en nada (o en muy poco) desde la lejanía; por el contrario, sólo se sentiría frustración. Está cita muestra fehacientemente la categórica opinión de Sontag: “La persona que está perennemente sorprendida por la existencia de la depravación, que se muestra desilusionada (incluso incrédula) cuando se le presentan pruebas de lo que unos seres humanos son capaces de infligir a otros—en el sentido de crueldades horripilantes y directas—, no ha alcanzado la madurez moral o psicológica”.
IV
El último domingo de 2004 ocurrió un desastre de la naturaleza que afectó severamente a más de diez paises de África y Asia, que movió el eje terrestre, que hizo adecuar los relojes tres micronésimas de segundo... Los periódicos de todo el mundo inmediatamente pusieron en sus primeras páginas las imágenes de esa devastación. La conmoción no se hizo esperar, sin embargo, estaba muy próximo el festejo de fin de año y los ánimos rápidamente se calmaron. La gente que no se vio afectada, pudo cenar tranquila y brindar deseándose lo mejor para el año que iniciaba. Eso, sin duda, era lo que Susan Sontag hubiera aprobado. Ya para estos días, la llamada “ayuda humanitaria” pude seguir su curso.
8.1.05
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