17.6.08

[Vegetarianos, végamos y macrobióticos contra carnívoros]

El pésimo y sesgado articulito de Lolita Bosch en el número de junio de Letras libres, sobre su ¿defensa? de los vegetarianos ("¡no me ayudes, comadre!", dice el dicho popular) me hace recordar la escena, esa sí maravillosa y genial, del matadero en Un año con trece lunas (1978), de Fassbinder. Elvira dice su monólogo mientras las vacas son degolladas, desolladas y rebanadas todas sus partes comestibles --algo que a un hindú le daría un shock súbito e instantáneo. Incluso debo decir más: muchas veces he puesto la película sólo para llegar a esa escena que me embelesa. Sólo allí, bajo esa estética tan fassbinderiana, soporto la tortura visual, sicológica y moral que es asesinar a un animal.

Cuando la gente se entera, o les digo que soy vegie, lo primero que preguntan, de inmediato es: ¿Por qué? La mayoría de las veces sé que van a preguntar eso y ya tengo preparada mi cantaleta. Les explico que soy un poco enérgico defensor de los animales, sé que debería y que podría hacer más por defenderlos, pero a veces no sé qué me pasa y soy tan pasivo a la hora de la hora (sin albúr, claro). Por eso, mientras mi indignación no haga mucho cuando veo en la televisión las escenas de las focas bebés asesinadas en Canadá, las cientos de ballenas cazadas en el Pacífico por barcos nipones, los francotiradores matando a las mamás osas para quedarse con sus crías en Siberia, o, sin ir más lejos, las tortugas cazadas en las costas oaxaqueñas, mientras no pueda hacer nada efectivo y contundente, creo que, al menos, puedo ayudar con no comérmelos.

Porque sucede que los nipones podrían justificarse diciendo que comer ballenas es parte de su cultura (como para los mexicanos es muy suyo comer guajolote con mole), y es muy válido. Es parte de sus tradiciones, de sus costumbres, como en Yucatán es parte de la costumbre maya comer venado. Pero como lo ha demostrado la historia de la humanidad, uno bien puede dejar o perder esas tradiciones o costumbres, entonces ¿por qué no dejar de comer carne? Es tan sencillo como dejar de fumar o beber alcohol. Entonces, mi vegetarianismo intenta ser parte de un pensamiento lógico y congruente.

Yo me indigno por esas acciones tan soberbias pero tan caras al ser humano. No me sorprenden, me indigno. Otra muy común es que quieran enjaretarme el pollo en cuanto saben que soy vegie. Jelou: ¡también es carne! El pollo, incluso, fue lo que menos extraño porque es lo que menos me gustaba. Luego, entonces, en lo primero que piensan enjaretarme es una ensalada. Mi amigo Omar Feliciano diría que somos vegetarianos, no ensaladeras. No estoy desnutrido ni soy anoréxico, siempre fui delgado --aunque quizá hoy lo sea más--, sé equilibrar mi alimentación, he aprendido a sustituir las porteínas animales con semillas y otros vegetales (los champiñones y la setas), y Omar me ha pasado algunas recetas de comida deliciosa que no necesita de carne.

Mi madre, unas semanas atrás, estaba fascinada viendo en la televisión la cría de codornices en alguna parte de México. Ella enlelada mientras el hombre ese dueño del criadero explicaba que eran los primeros productores de huevos de codornices y de codornices para llevar a la mesa y yo, con mi furia creciendo en mi interior, viendo la pantalla llena de codornices viviendo peor que en una vecindad, con unos focos arriba, atarantándolas, haciéndoles creer que es la luz del sol, comiendo, comiendo, comiendo, porque para eso las han hecho nacer: para engordarlas, robarles sus huevos y luego matarlas para que luego usté, lector, lectora, lectore, las deguste en su mesa. A mí eso me repatea. No soporto ver que los animales vivan así. Y lo mismo sucede con los cerdos, los pollos, los guajolotes, las vacas y las reses. ¿Quiénes somos nosotros para hacerles eso? Ellos estuvieron sobre la tierra primero que nosotros, ellos son los dueños de estas tierras, ellos deberían apoderarse del mundo porque es suyo y mandarnos a nosotros, viles seres humanos, al paredón.

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Omar, por cierto, tiene su idea propia de su vegetarianismo, una cosa muy sexual y política. Yo, ya se ve, no soy tan radical.

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