Recuerdo que la primera vez que publiqué, debajo de mi texto pusieron que yo era "periodista cultural". No me enojé ni indigné ni nada, sólo me sacó de onda. Pero después, cuando eso se mantuvo por varios números, esa descripción me sonaba un poco mamona y usurpadora. Yo, le explicaba al editor, ni siquiera soy periodista, mucho menos cultural, ya sé que es más mamón y no dice nada que le pongas literato, pero eso soy, estudié literatura y eso soy. Pero él siguió poniendo "periodista cultural".
Luego, un par de años después, cuando entré a trabajar a anodis.com, el director quiso poner en mi gafete de prensa: "periodista", y no se lo permití. Yo le argumenté que no es que despreciara ese título, o que me denigraba, ni ninguna pendejada mamona así, simplemente volví a mi argumento de hace unos años: no soy periodista porque yo no estudié eso y porque siento que estoy usurpando una profesión que yo respeto mucho pero que no ejerzo. Él, por su parte, me dijo que se le llama periodista a todo aquel que sin ser comunicologo se dedica a esta profesión ya sea como profesional o amateur. En fin, no convinimos en nada y mi gafete quedó como lo que fui en aquel entonces: "Columnista". Ahora, claro, me doy cuenta que los literatos acabamos de periodistas culturales ante la negativa firme --al menos en mi caso-- de dedicarme a la soporífera e improductiva academia que tanto detesto (prefiero, mil veces, estar en la redacción de algún medio, electrónico o impreso, que en una asquerosa aula llena de ignorantes, arrogantes que no ponen atención o en enclaustrado en un cubículo haciendo cosas improductivas para la literatura).
Ahora emprendo mi carrera como cineasta, y no porque haya metidome a estudiar cine, de ninguna manera. Hace como 5 años, o más, vivía yo con dos amigos que estudiaban cine y alguna vez platicamos que deberíamos trabajar juntos: yo escribiría los guiones y ellos los llevarían a la pantalla grande: uno de ellos estuvo a punto de realizarse, si no hubiera sido por la burocracia (aunque, dicho sea de paso, era una adaptación de una obrita de teatro), y el otro devino un cuento que, quizá, algún día aparezca en mi librito de relatos.
No soy cineasta como tal, pero ya empiezo a aprender y a meterme en esto ante el cansancio que ya me provocan todos los escritoretes y sus infinitas tonteras. Así que dado que me dedicaré a esto al menos en un tiempito ya me hago llamar cineasta, ¿qué tal, eh? Este fin de semana hice las veces de ilumimador, camarógrafo, asistente de director (y la verdad es que me quedó muy bien mi trabajo9, y el próximo fin seguramente prestaré mi voz para filmar un corto y quizá también mis manos.
Hoy reemprendo el ánimo y vuelvo a trabajar en la adaptación de un cuento y que espero poder dirigir yo mismo y hacerlo pronto, muy pronto, si todo sale bien, en un mes aproximadamente. No diré más pero ¡qué emoción!
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