Por casualidades de la vida hoy fuimos a parar a la biblioteca de José Luis Martínez en la colonia Anzures de esta mísera ciudad. Invité a Pável a una comida en casa de Rosa Beltrán, luego de tan delicioso bufete decidimos partir cuando una piadosa se ofreció a darnos un aventón. La dichosa resultose ser nuera de José Luis Martínez y justo iba a casa de éste a recoger a sus hijos, así que nos invitó a ir de rapidito y enseñarnos la biblioteca. ¡Ay! Yo rogaba que al Pável no se le ocurriera negarse a la invitación. Pero no lo hizo y fuimos hasta la casa en una esquina, invadida por las enredaderas.
La biblioteca es justo como la esperaba: gigantesca, monumental, tiene todo, absolutamente TODO y está perfectamente bien ordenada y en excelentes condiciones. Está en dos partes: entrando a la derecha mucha literatura mexicana del siglo XIX, del lado izquierdo, hacia atrás, colindando con el jardín, la otra parte con lenguas extranjeras y toda la colección de la Pléiade de Gallimard. Abajo en un cuartito, la hemeroteca con miles de periódicos, recortes, revistas y en una orilla muchos ejemplares de Cuadernos Americanos, si no es que toda la colección.
Pável y yo maravillados, asombrados y sintiéndonos cucarachas.
--¿Cuántos de esos tienes tú?--me espetó el Pável, para humillarme aún más, cuando poníamos un pie fuera de la casa.
--Pues lo que él tiene en un librero.
--¡Y yo que me ufanaba de mi biblioteca!
Y nos fuimos con la cabeza gacha.
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