El final de El inspector (1836) de Gogol, es uno de los más expectantes de la literatura universal. La acción se detiene repentinamente mientras los personajes ríen, se carcajean, sonríen plácidamente. Después de minuto y medio en que los actores han sostenido la expresión, dice Gogol en las acotaciones, debe caer el telón. Así, la risa se torna tragedia, la farsa, drama.
Creo que es lo mismo que sucedió anoche cuando las dos televisoras más importantes del país se disponían a dar a conocer los resultados de sus encuestas de salida para Presidente de la República. Todos a la expectativa del resultado que les diera la victoria, y no, el resultado favorable no apareció. Tuvieron que contener el entusiasmo, mantener la mueca hasta que, tres horas depués, el consejero presidente del IFE, confirmara esos no-resultados.
Los que ya habían anunciado su triunfo con sonrisas, aparecieron más tarde en el Zócalo capitalino, bajo la lluvia, con caras largas, ceños fruncidos, manotazos, arrebatos, voces estridentes. Los otros festejaban con un nervisismo que no les permitía sobresalto alguno, pasiones contenidas, estridencias también como si la victoria se ganará a base de gritos y aplausómetros.
Los burócratas del zar que Gogol retrató ya no festejan. Aparecen con esas sonrisas de oreja a oreja bajo la que esconden la farsa, el drama, la tragedia producida por ese desgarramiento de vestiduras. ¡Qué sonrientes se ven los dos proclamándose triunfadores! Caray, ¡es la fiesta de la democracia! Y sin embargo, afuera llueve con su entristecedor aspecto gris.
El telón aún no cae y este suspense, este thriller político, parafraseando a José Agustín, se está convirtiendo poco a poco en la ya tan conocida tragicomedia mexicana. Veamos que pasa en los días siguientes.
4.7.06
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