Alberto Ruy Sánchez, de visita en La Habana, está sentado en el muro del Malecón. Una mulara, barroca en genio y figura, según la imagen de Carpentier, pasa por su lado.
La mulata camina moviendo lentamente los brazos y las piernas. Como si nadara. Uno-dos, uno-dos, uno-dos. Splash-splash, splash-splash. Su muy prominente nalgatorio es un oleaje. Una nala sube mientras la otra baja, una se expande mientras la otra se contrae, una se afirma mientras la otra cede. A cada paso, las nalgas intercambian sus papeles. Camina el nalgatorio como pr cuenta propia, soberano, apenas acompañado por las piernas y los brazos que más parecen desplazarse en el mar que en tierra firme.
Atrás, Alberto ve venir a un negro en bicicleta, que mira a la muata con ojos sedientos, concentrados en ese caderamen que lo excita y lo arrulla al mismo tiempo, que le desorbita la mirada y le mece la ansiedad. En unas cuantas pedaleadas, el negro la alcanza. La rebasa. Sin perder la dirección del manubrio, se voltea y le propina el piropo más notable y exultante que Alberto haya escuchado jamás:
--¡Óyeme, mi negra, no me muevas así esa cuna porque me despiertas al nene!
De Tres lindas cubanas de Gonzalo Celorio (Tusquets, México, 2006) que se presenta el domingo en la sala Ponce del Palacio de Bellas Artes a las 12 hrs.
Me pasaron la información (y el libro) en la editorial y yo cumplo con difundirla.
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¡La Guayaba y la Tostada viven!
19.5.06
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