Hace unas semanas platicaba con mi amiga María Rivera sobre el temblor del 85. Entonces tenía yo 4 años (mi hermana 3, mi hermano 2, mi padre recién cumplidos 24 y mi madre 23, a dos semanas de cumplir 24), así que le dije lo que recordaba, casi nada.
Vivíamos en una casa muy vieja. Mis abuelos se habían mudado apenas unos meses atrás a un departamento en el entonces alejadísimo Ecatepec y le habían dejado esa casita a mi padre para que ahí viviéramos. Era tan pequeña que abajo sólo estaba la cocina, un comedorcito y una salita (según recuerdo). Arriba, en un tapanco, el cuartito diminuto. El día del temblor, según yo, mi madre nos aventaba desde el tapanco a los brazos de mi padre, ubicado al pie de las escaleras, para salir inmediatamente. Es la única imagen que guardo en mi mente de esa mañana del 19 de septiembre de 1985.
María me empezó a interrogar y yo no sabía lo que había pasado después, ¿a dónde fueron, qué hicieron? Y yo con mi cara de póker. Así que emprendí la misión y aproveché este largo fin de semana para interrogar a mis padres quienes desmintieron mi versión.
Debo decir que esa vieja casa (y la nueva, en la que ahora habitamos), está ubicada a unas 5 o 6 cuadras del cruce de Reforma con el Eje 2 norte, justo donde se cayeron los edificios de Tlatelolco. Así que la zona es de alto riesgo (la Morelos, Tepito, el Centro).
Según mi padre, él estaba durmiendo con nosotros, mi madre estaba afuera tendiendo la ropa en el barandal del patio y cuando empezo el temblor nos abrazó y se quedo con nosotros en la cama; mi madre no pudo bajar del barandal por el movimiento y el rechinon horrible de los barrotes de fierro, lo cual le provocó pavor y no fue hasta donde nosotros. Pasó el temblor y no se cayó la casa. Dice mi padre que lo que yo recuerdo, quizá, haya sucedido con el temblor del día siguiente.
Entonces, la noche del 20 llegaron lo de protección civil a ver la construcción que en apariencia estaba intacta. Sólo se le había hecho una avertura (según mi padre en el zaguán, según mi madre en el cuarto de arriba que habitaba mi tía Chole, la mujer que más me ha querido y que me llamaba su "Flaco de oro"). Eso fue suficiente para que los señores de protección civil nos sacaran de la casa ya que por vieja no sabían si awantaría otro temblor y entonces sí podría venirse abajo.
Pasamos una noche a la intemperie en el deportivo que todavía está frente a mi casa. Ahí, al día siguiente, inició la costrucción de las casas de maderos y láminas en las que, según mis padres, vivimos poco más de año y medio. En lo que tiraron la vieja casona y construyeron la nueva, nosotros vivimos en el parque, en el campamento de damnificados, junto con todos los vecinos, excepto mi tía Chole a la que se llevaron a vivir a casa de una tía ya que por su avanzada edad no soportaría vivir en el campamento.
Por vivir ahí, en el campamento del parque, según mi madre, nos dio--a mis hermanos y a mí-- la hepatitis (gracias a la cual ahora no puedo ser donador de sangre y por la cual, cuando murió mi hermana, no pudimos donar sus órganos) y nos empiojamos. Nosotros no tuvimos víctimas que lamentar por el temblor, ningún familiar murió ni se le cayó su casa, pero sí nos hizo pasar una etapa difícil. Muy poco es lo que recuerdo de esa época. Supongo que debo confiar en lo que mis padres me han confiado. Eso dicen ellos y eso escribo yo aquí.
19.9.05
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Tuvo que ser una experiencia horrible, turbadora. Espero que, con el paso de estos veinte años, esté todo más que superado. Saludos, amigo.
Publicar un comentario