Me parece recordar que en los días peores, cuando ni siquiera podía fijar los ojos en los libros, me complacía pensar en el lenguaje, ese don prodigioso que nos fue otorgado desde el inicio. El escritor sabe que su vida está en el lenguaje, que su felicidad o su desdicha dependen de él. He sido un amante de la palabra, he sido su siervo, un explorador sobre su cuerpo, un topo que cava en su sbsuelo; soy también su inquisidor, su abogado, su verdugo. Soy el ángel de la guardia y la aviesa serpiente, la manzana, el árbol y el demonio. Babel: todo se vuelve confusión porque en literatura casi no hay término que para distintas personas signifique la misma cosa , y ahora me harta seguir rumiando ese inútil dilema al que a veces doy tanta importancia sobre si un joven se transforma en escritor porque la Diosa Literatura así lo ha dispuesto, o, por el contrario, lo hace por raznes más normales: su entorno, la niñez, la escuela a la que acude, sus amigos y lecturas, y, sobre todo, el instinto, que es fundamentalmente quien lo ha aproximado a su vocación.
Sergio Pitol en su prólogo al Tríptico del carnaval (Anagrama, 1999).
1.6.05
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