29.1.05

De entre las ruinas

En el principio fue la palabra, y el habla desencadenó el caos, hoy posapocalíptico. Y el posapocalipcis nació en la ciudad de México. Así nos lo ha hecho saber, a nosotros paganos neófitos de nuestro devenir, el cronista por antonomasia de la ciudad: Carlos Monsiváis. Pero, ¿quién es Carlos Monsiváis? Por las ruinas que quedan se sabe que se inició como editor: el doctor y poeta jalisciense Elías Nandino les patrocinaba a tres “enquencles” (Pacheco, Pitol y Monsiváis) una revista llamada Estaciones. Ahí publicaron sus pininos y Nandino los dejaba hacer y deshacer a su libre albedrío, cosa que no hace mucho Pacheco se lamentaba.

Según se anunciaba en la contraportada de su inconseguible autobiografía precoz, Carlos Monsiváis (Empresas editoriales, 1966), preparaba “una novela, una biografía de Salvador Novo y una Historia del cine mexicano”. El dato sobre la escritura de una novela es muy sobresaliente ya que, como muchos escritores, indica que originalmente Monsiváis quería ser narrador. Pero solamente publicó un cuento del que algunos sólo recuerdan el título: Fino acero de niebla. Sobre la biografía de Novo, hay que decir que desde entonces Novo había determinado que la hiciera Monsiváis. Después, con el conflicto estudiantil del 68, se da entre estos una ruptura, y entonces Novo decide encomendársela a su discípula, Carmen Galindo; esta también se opuso por la misma circunstancia. Finalmente, la biografía Salvador Novo (Empresas editoriales, 1971) la hizo Antonio Magaña Esquivel. Sin embargo, Monsiváis pagó su deuda moral y el libro, como todos sus trabajos, salió con un ligero retardo, de ¡treinta y cuatro años!, bajo el título Lo marginal en el centro (Era, 2000). ¿Y La Historia del cine mexicano? Una muy documentada historia de nuestro cine terminó haciéndola Emilio García Riera.

Escombrando entre las ruinas, la investigadora estadounidense Linda Egan, nos informa en su libro Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo, que en los primeros años de la década de 1970, Monsiváis va a la Universidad de Essex, en Inglaterra, como visiting fellow, es decir, a impartir un curso sobre poesía mexicana que originalmente estaba pensado para el poeta José Carlos Becera, muerto en un accidente automovilístico en Italia. Regresa a México, Monsiváis, claro está, a dirigir el suplemento La cultura en México hasta 1986. “¿Y entonces—podría preguntar cualquiera—, cómo es que acabó en El Cronista de la Ciudad?”

Egan hace el somero recuento, en el que por ningún lado aparece que Monsiváis haya sido periodista (aquellos de pesada grabadora y libreta en mano saliendo a buscar la nota), para hablar de otro periodismo, el que influyó decididamente en Monsiváis: el llamado Nuevo Periodismo Estadounidense que tiene en Tom Wolfe y Norman Mailer a sus representantes. En la primera parte de su libro, Egan habla de la parte complementaria a ese periodismo, de los reportajes con “propósitos artísticos”, según lo llama la autora. Esa combinación da como consecuencia el “periodismo literario”, es decir, un género no canónico (y por eso mismo desdeñado), como lo es la Crónica.

El objetivo del libro de Egan, es colocar a Carlos Monsiváis como un autor literario, y para eso se vale de cinco libros: el primero de ellos, Días de guardar (Era, 1970) que fue escrito gracias a una beca que el Centro Mexicano de Escritores le concedió a su autor. A éste le siguieron: Amor perdido (Era, 1977), Escenas de pudor un liviandad (Grijalbo, 1981), Entrada libre: crónicas de la sociedad que se organiza (Era, 1987) y Los rituales del caos (Era, 1995), por el cual recibió el premio Xavier Villaurrutia en 1996.

En esos libros, a los que dedica la segunda parte del libro, Egan percibe infinidad de intenciones y en las que Monsiváis ha puesto su atención: la gran riqueza de la cultura popular y de otras subclases urbanas más recientes; las reacciones sociales de grupos marginales (de ninguna manera inferiores); cambios casi imperceptibles, pero reales, dentro de la sociedad mexicana, los cuales se han interpretado como signos de madurez y civilización—me atreveré a decir, de ciudadanización y democratización—en la misma; entre otras muchas. Es, para decirlo en las palabras de Monsiváis, “la sociedad que se organiza”.

El libro, a pesar de su traducción, es de gran valía ya que, todavía a estas alturas de la vida, es de los pocos estudios en torno a la persona y obra de un escritor tan imprescindible como Carlos Monsiváis. Estudios que, por lo demás, han tenido que emprender en otras latitudes y no en nuestro país.

Finalmente, habrá que lamentar que desde el año 2000, cuando aparecieron Lo marginal en el centro y Aires de familia (Anagrama, 2000), Monsiváis no haya publicado un libro tan notable como en los que Linda Egan centra su atención.

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